viernes, julio 24

 LE MONT SAINT MICHEL.





Hay lugares en el mundo que por el lugar donde están erigidos transmiten una atracciòn difícil de explicar. Este es el caso de Le Mont Sant Michel.


La abadía se encuentra la región de Normandía, Francia, sobre un islote unido a tierra gracias a una carretera de un kilómetro aproximadamente.


Las primitivas tribus que poblaban Europa ya sabían que existen lugares que emanan una energía especial y sobre estos lugares construían pequeños santuarios para rendir culto a sus dioses paganos, normalmente relacionados con fuerzas de la naturaleza. No se sabe con exactitud cual es el motivo de esta atracciòn, puede ser la materia rocosa del sitio, aguas subterráneas, líneas energéticas terrestres desconocidas por nosotros... Siglos después sobre estos sencillos lugares de culto se levantaron algunas de las más hermosas Catedrales que hoy se visitan en Europa: Santiago de Compostela, Notre Dame de París, Chartres, Colonia... y la abadía de Sant Michel.


Cuentan las crónicas que en antaño el islote no era otra cosa que una colina en medio de un bosque. Pudo ser un maremoto lo que hizo que el lugar se inundase por el mar y quedase de esta forma la colina convertida en isla. Ahorrándonos fechas y nombres diré que un obispo francés tuvo un sueño durante tres noches seguidas en las que el Arcángel San Miguel le pidiò que construyese una abadía en su honor y para darle muestra de su palabra hizo brotar un manantial de agua dulce en la isla. Así y en difirentes etapas fué construyéndose este hermoso lugar. Hay leyendas que cuentan que el monje encargado de su construcciòn sufrío un ataque por parte de unos bandoleros cuando llevaba consigo un saquete con los sueldos de los obreros. Herido y maltrecho fué localizado por una muchacha que adoraba a los dioses paganos quien se lo llevó y cuidó hasta su recuperaciòn. El monje en gratitud y cumpliendo estrictamente las normas que le dictaba su religiòn se propuso convertirla al cristianismo. Para ello la muchacha en completo sigilo acudía a la abadía por las noches para recibir la predicaciòn del monje. Puede que entre ellos existiese una atracciòn, pero según cuenta la leyenda jamás hubo contacto carnal. La avaricia y egoismo de uno de los monjes del monasterio hizo que denunciase a las autoridades eclesiásticas de mayor rango la actitud del monje con la muchacha. Detenida ésta fué obligada a reconvertirse al cristianismo, algo que nunca estuvo dispuesta a consentir, pues todos sus antepasados habían adorado a dioses paganos. Así, fué acusada de bruja y sufrió los más terribles castigos hasta morir. El monje abandonó el monasterio hasta finalmente ser tambièn acusado y decapitado. Desde entonces cuenta la leyenda el monje pasea por las empinadas callejuelas de Sant Michel, con su cabeza bajo el brazo, y hay quienes cuentan que cuando te lo encuentras en ese mágico lugar te pregunta si has visto a la muchacha, pues la sigue buscando.


En las tres veces que he estado en este encantador lugar jamás he visto al monje, pero sí que he sentido su presencia. Hay que pasear de noches y en invierno, cuando la bruma del mar cubre la isla para sentir verdaderamente la magia de Sant Michel. Esta sensaciòn no soy yo únicamente quien la siente, le ocurre lo mismo a mi mujer, y lo más sorprendente, a mis cuñados y mi sobrino Hugo que con sólo cuatro años no ha podido olvidar el lugar.


La tercera vez que visitamos Sant Michel nos acompañaron Victor, Ana y Hugo. En un viernes nos hicimos de un tiròn 1250 km. para regresar el lunes. El niño en contra de lo que pueda parecer aguantó el viaje estóicamente. Llegamos por la noche al islote y comenzamos a recorrerlo. Parecía que una fuerza sobrenatural nos estaba acompañando. El niño atendía a mis explicaciones como si tuviese una edad más avanzada, como si alguna vez hubiese estado en ese lugar. En vez de mostrar cansancio después del sobón de viaje parecía recuperar energías a cada paso. Después del largo paseo, con las calles desiertas, un frío aterrador, con la bruma que nos cubría y poco a poco iba convirtièndose en hielo sobre el suelo y los tejados, encontramos un magnífico restaurante en el que recuperamos fuerzas. El niño, lejos de sentarse y agotado dormirse, se comió una enorme pizza el solito, repito, como si no tuviese cuatro años. Desde ese momento no hay vez que no pregunte cuando volveremos a Sant Michel...


Al día siguiente entramos a ver la abadía en su interior y luego fuímos a ver pueblecitos con gran encanto como Sant Malo y Dinan.

Le Relais du Roy, un excelente hotel






Claustro de la Abadía


...y entre la niebla surge esta maravilla


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